En el siglo XIII, mientras las islas Canarias estaban al margen de lo que pasaba en Europa, y sólo eran visitadas esporádicamente por genoveses, mallorquines, catalanes, castellanos y portugueses, con el propósito de capturar aborígenes isleños y recolectar orchilla, la cristiandad se encontraba sumida en una etapa de profunda decadencia, corrupción y miseria espiritual. Un importante porcentaje de sacerdotes vivían en concubinato o tenían una vida escandalosa como glotones, jugadores y juerguistas. Entre finales del siglo XIV y principios del XV, la Iglesia tuvo dos papas al mismo tiempo, llegando a tener tres entre los años 1409 y 1417: Benedicto XIII, en Avignon; Gregorio XII, en Roma; y Alejandro V, nombrado por el concilio de Pisa. . Algunos teólogos, como el inglés Wycliffe (1324-1384) y al checo Juan Huss (1369-1415), predicaron contra la corrupción del papado e intentaron dirigir la mirada de las gentes hacía la Biblia como fuente de autoridad, pero fueron silenciados. El deterioro moral de los papas les lleva a enriquecer a sus familias, sobrinos e hijos naturales. Las fiestas opulentas de la corte romana se convertirán en orgías con Alejandro VI Borgia (1492-1503). A principios del XVI el papa, haciendo dejación de su labor pastoral, no se diferencia de los reyes temporales en el terreno político y militar, Julio II acude al asalto de las ciudades enemigas armado de casco y coraza. El absentismo se contagiaba a obispos y párrocos y la labor pastoral era sustituida por la administrativa que gestionaba los bienes del beneficio para asegurar buenas rentas.
En medio de todo este clima, las calamidades caían sin cesar durante los siglos XIV y XV sobre el continente europeo. A partir 1437 la peste acabó con la tercera parte de su población. La guerra se cobró un número elevado de víctimas, no sólo en los campos de batalla sino entre la población civil. El temor obsesivo a la muerte llevaba a las gentes a prepararse para la muerte. ¿Pero cómo se podía conseguir esta preparación? Nadie enseñaba, nadie sabía. Por lo que cada uno lo hacía como podía: los marineros rezaban a la Virgen, otros a los santos; los viajeros hacían promesas de cambio de vida y emprendían largos peregrinajes para adorar reliquias; muchos compraban indulgencias. Se creía que a través de cualquiera de estos medios se evitaba el infierno y se reducía la estancia en el purgatorio. El elector de Sajonia, Federico el Sabio, protector de Lutero, poseía 17.443 reliquias de santos, lo que le aseguraba 128.000 años de indulgencias, y reducía en la misma cantidad su permanencia en el purgatorio. El miedo al Diablo hizo que la práctica de la brujería se incrementase de forma importante. La respuesta de la Iglesia fue, una vez más, la represión. El papa Inocencio VIII encargó a los dominicos una caza de brujos y hechiceras (se calcula que unas cien mil personas murieron en la hoguera por esta causa).
Semejante panorama produjo en algunas personas una profunda preocupación por la salvación que topó con una Iglesia que, habiendo perdido la fe, se encontraba sin capacidad para responder a las esperanzas de los cristianos. La mayor parte de los sacerdotes no satisfacían las expectativas de los fieles, debido más a su ignorancia que a su inmoral comportamiento. Los obispos, más interesados en las rentas de sus obispados que en los rebaños que pastoreaban, acumulaban sedes episcopales en las que no residían. Los papas buscaban continuamente dinero para sus fiestas y construcciones (como la basílica de San Pedro), concedían dispensas de residencia, autorizaban la acumulación de prebendas, vendían beneficios eclesiásticos e indulgencias.
La conquista de Canarias, igual que la de América, nos ofrece otro ejemplo de la oscuridad en la que se hallaba sumida la Iglesia en estos momentos. La cristianización, que había sustituido a la evangelización, era la manera a través de la cual se cumplía el mandato misionero de Cristo. Las órdenes religiosas, mayormente franciscanas y dominicas en los primeros momentos, acompañaban a los conquistadores aplicando las normas canónicas de la época, según las cuales los infieles que aceptaban de buen grado la fe católica estaban a salvo de cualquier tipo de represión y esclavitud. Por el contrario, los que rechazaban la fe y la soberanía del conquistador podían ser capturados y vendidos como esclavos.
Como ya había ocurrido otras veces en el pasado, se levantaron voces desde el mismo seno de la Iglesia para condenar estos abusos e intentar cambiar la situación imperante. En Florencia, en 1498, dos años después de acabada la conquista de todas las islas Canarias, con el sometimiento de la isla de Tenerife, el dominico Jerónimo Savonarola moría en la hoguera por denunciar vehementemente la corrupción eclesiástica y por intentar regenerar las costumbres provocando la reforma de la Iglesia. Bartolomé de Las Casas y Juan de Frías denunciaron una y otra vez el atropello cometido contra los aborígenes canarios y americanos. Salvo algunas tibias respuestas, en relación al trato a los indígenas, no sólo no se producirá el cambio esperado por quienes demandaban reformas profundas, sino que la Iglesia utilizará sus aparatos represivos para oponer resistencia y aplastar cualquier tipo de disidencia. El Santo Oficio extenderá sus tentáculos a todas partes, en Canarias el Tribunal de la Inquisición se establecerá oficialmente en el año 1506.
En el continente, mientras tanto se extiende una nueva corriente de devoción, la devotio moderna, que es un método de piedad personal e individual dirigido a la búsqueda de la imitación de Jesucristo, el examen de conciencia y la oración. Uno de sus seguidores, Erasmo de Rótterdam (1469-1536), confía en que un mejor conocimiento de la Biblia permitiría una purificación religiosa y un cristianismo consecuente, para lo cual propone traducir el texto original a todas las lenguas. La idea de reforma se extiende, pero la Reforma propiamente dicha no llegará hasta la entrada en escena de Martín Lutero, monje agustino y doctor en teología, profesor de Sagrada Escritura en la universidad de Wittemberg. Este gran hombre de fe, a pesar de observar las reglas monásticas estrictamente, no encontraba la paz interior. Leyendo en la epístola a los Romanos encontró aquella frase de San Pablo que dice: «el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley» (Rom 3.28). Por las Escrituras entendió que nadie se salva por esfuerzos propios, sino que la gracia de Dios hace justo al hombre por medio de la fe en Jesucristo. El fundamento de su teología se resumiría a partir de aquí en las tres sentencias siguientes: Soli Deo, sola fide, sola scriptura. Una vez alcanzada la paz que buscaba, y disponiéndose a compartir su descubrimiento, se encuentra con que los dominicos predicaban una indulgencia a través de Alemania para cubrir los gastos del arzobispo de Maguncia. El predicador de indulgencias, Juan Tetzel (1470-1519), decía: «desde que el oro cae en la escudilla, el alma escapa del purgatorio.» Indignado ante esto, el 31 de octubre de 1517, Lutero hace públicas en Wittemberg noventa y cinco proposiciones teológicas en las que, entre otros asuntos, trata el problema de las indulgencias.
La reacción no se hace esperar, el cardenal Cajetano, general de los dominicos, condena al menos dos proposiciones de Lutero: 1) Que las obras de caridad no sean necesarias para alcanzar la salvación, y 2) La referencia exclusiva a la autoridad de las Escrituras. En junio de 1520 el papa León X condena las tesis de Lutero y le requiere para retractarse en un plazo de dos meses so pena de excomunión por herejía (bula Exurge Domini). En octubre de ese mismo año, el emperador Carlos V preside una ceremonia religiosa en Lovaina en la cual los escritos de Lutero son quemados. Dos meses después el reformador agustino quema públicamente en Wittemberg las obras del legado pontificio Juan Eck y la bula Exurge Domine. El papa excomulga a Lutero el 3 de enero de 1521. La ruptura se hace definitiva. El fuego de la Reforma se extenderá por toda Europa y llegará a nuestras islas cuatro años más tarde. En el año 1525 el Tribunal de la Inquisición de Canarias, con sede en la isla de Gran Canaria, procesa a dos personas acusadas de protestantismo, al mercader flamenco Hans Parfat y al hacendado alemán Jacome de Monteverde.
BIBLIOGRAFÍA:
PÉRONET, MICHEL. El siglo XVI, de los grandes descubrimientos a la contrarreforma, Ed. Akal, Madrid, 1990.
COMBY, JEAN. Para leer La Historia de La Iglesia. 1. De los orígenes al siglo XV, Ed. Verbo Divino, Navarra, 1999.
COMBY, JEAN. Para leer La Historia de La Iglesia. 2. Del siglo XV al siglo XX, Ed. Verbo Divino, Navarra, 1998.
EGIDO TEÓFANES, Las claves de la Reforma y Contrarreforma, Ed. Planeta, Barcelona, 1991.
EGIDO TEÓFANES, Las reformas protestantes, Ed. Síntesis, Madrid, 1992.
VVAA. Historia Universal. Vol 13. La era de los descubrimientos europeos. Las luchas de religión. Ed. Salvat, Madrid, 2005.
José Luis Fortes Gutiérrez
Teólogo e historiador